Antiguamente las plantas, sobre todo las flores, tenian la tarea de transmitir sutiles mensajes amorosos, pero con el paso del tiempo este lenguaje se ha convertido en una lengua muerta.
La simbología de las flores alcanzó su máximo apogeo a mediados del siglo XIX, en los tiempos de la reina Victoria de Inglaterra, pero su origen fué en Turquía, donde se utilizaba para enviar mensajes amorosos cifrados en el harén. Lady Mary Wortley, quién vivió en ese país a principios del siglo XVIII como esposa del embajador británico, introdujo el lenguaje de las flores en Inglaterra. Allí se desarrolló hasta convertirse en una epidemia romántica tan sofisticada que era posible mantener una larga correspondencia sin una sola palabra escrita usando diversas combinaciones en un ramo, incluso las flores pintadas podían contener intenciones. Se llegó al punto que incluso la orientación del lazo en un ramo determinaba si los sentimientos se referían al donante o al receptor, la mano con la que se aceptaba o se presentaba la oferta cambiaba el designio, así como el lugar del cuerpo elegido por la mujer para lucirlas: mientras más cerca del corazón, más receptividad al amor. Si las flores se entregaban o se recibian invertidas, con los tallos hacia arriba, el sentido del mensaje era completamente opuesto.
Pero ya nadie tiene tiempo para estos enredos. Bastan unas nociones básicas para poder transmitir un mensaje floral: el color rojo anuncia la pasión, el blanco pureza, el rosado ternura, el amarillo olvido, el morado modestia (pero también es el color de las feministas).
En este capitulo dedicado al lenguaje de las plantas he pretendido rescatar el significado que se le atribuye a las plantas más conocidas, por si a alguien le sirve para algo, aunque sea para conocer y entretenerse, y quien pueda y tenga tiempo y receptores compresivos, también pueda comunicarse.
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